lunes, 8 de diciembre de 2008

Entomecinadamente tomecino

Entomecinadamente tomecino
Por Tito Fernández Cubillos
www.elsaber.cl
Jueves, 11 de Septiembre de 2003



Tito Fernández Cubillos

Me disponía a escribir un par de líneas relativas a los 30 años del golpe militar, eufemismo ya por todos aceptado al referirnos a la dictadura - advenimiento de la era Pinochet, su tiempo de sombras y tranquilidad tensa de cuchillo que no termina de dividir las carnes de la patria, que como bandera cede al tiempo de la memoria y se deshilacha en cada uno de los chilenos de por aquí, como de por allá, la consecuencia de las maravillas del mercado y la amnesia que bien nos acomoda- cuando me trasladé casi sin darme cuenta al "Roly", rodeando con el deseo un ponche en melón, discutiendo con Darwin Rodríguez acerca de la experiencia del sentido en la literatura, saliendo a nado de la Quiriquina en una noche oscura del invierno, subiéndose a un avión para Canadá, viniendo a trote equino por entre la razón última de las cosas, mojado y arañado hasta casi lo irreconocible y lo imposible que nos viene pegando en la espalda como la lluvia en el zinc. Me resurgía el deseo de una discusión media de "planada" o de jaivas cuneteadas con vino blanco en caja. O sería en Carlos Mahns alguna noche para mirar las estrellas que esconde algún oscuro vientre de quien ahora no me conviene acordarme. Es posible que una ventana sin cortinas con vista al mar en pleno cementerio.

Tenía un par de ideas claras para escribir entorno al dolor, la identificación de la violencia con la identidad de la autoridad y el poder, y me encuentro añorando algunos de mis días en Tomé, antes de que se decidiera a morir el Tagore, o se colgara de una palabra esdrújula el Alcalde, desnacido en calle La Marina. Como no soy tomecino sino más bien un entomecinado a la distancia, captado por el vino y las escaleras hacia los cerros, no podría definir mi sensación, como una nostalgia, ese dolor del lugar que el impertinente Ulises sentía de su Itaca natal, sino más bien una tranquila ansiedad de algún naúfrago de Recoleta o de los "gloriaos" en las afueras del cementerio en General. Alguna vez el Chico Darwin definió todo eso como entomecinamiento, es decir lo que nos pasa a los que no somos de Tomé con Tomé. Entomecinamiento es una suerte entumecimiento de las estructuras que nos sostienen de no caer en la nada. Es, en fin, vencerse a la nada y hacer un pacto sólido con la soledad que nos persigue desde la maternidad al nicho, sin derechos a repechajes, acompañándola de causeo, de mariscal o de poemas en hojas amarillas.

Hablamos del sentimiento más holístico de lo humano: la disgresión. Tomé no es una ciudad, sino ese sentimiento urbanizado. Sentimiento que me embarga ante la pantalla del computador como experiencia de disgresión con su incesante sabor a latas, ladrillos y maderas que se deshacen. Es una California sin surfistas, es un estanque alto como un cerro, una postal del desposeimiento, un Foyer donde nadie folla. La misma sensación de haberse desnacido de un golpe o haberse cagado de la risa en un funeral de un payaso, de haberse enamorado de la persona justa en tiempos pretéritos perfectos. (Son descorazonadores esos tiempos). La misma y única sensación, de haber cerrado un libro en la página 17, haber escrito en un muro "no sé lo que quiero, pero lo quiero ya", saber cual es la entrada y la salida del laberinto. Sólo en Tomé los ojos experimentan el arrebato total de la nostalgia, la ausencia y la tristeza, de quien ha dado saltos por todas las pozas que emergen después de las lluvias, sobre los hombres sin techos, los que han sido tragados o botados por el mar que a la larga es casi lo mismo.

Después de un rato de estar adoquinándome de subida y de bajada hacia el mar que no veo, trato de rotomar mi cauce hacia el artículo acerca de los 30 años, la memoria y el dolor, pero sigo acordándome, disgregándome, extendiéndome, acercándome a Tomé. Me miro en el espejo de mis palabras, me veo más viejo, ordenado y barrido como la plaza de pueblo, perfumado de humanidad y sin ganas de escribir ni en contra, ni de Pinochet… pensando en lo ventajoso de buscar un pan con chicharrones, el vuelo de una gaviota o el pacífico estar del mar acunando mis miradas entomecinadas en la fragilidad de tenerse para perderse.

Roma, 8 de septiembre de 2003.

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